El joven rey había decidido casarse y para
ello había recibido cuadros de princesas de todo el mundo, entre ellos, uno
había cautivado su corazón. Por eso había citado a los pintores, deseaba que lo
retratasen sin favorecerlo, para que la princesa no se decepcionara cuando lo
conociera.
Eligió el soberano el retrato que menos le
favorecía y lo hizo encuadrar en un marco de oro con perlas y lo envió con una
comitiva, acompañado por una carta de petición de mano escrita por él mismo.
Tres semanas
más tarde, regresó la delegación trayendo malas noticias. Pues, a pesar de que
el monarca de aquel reino los había recibido con honores, la princesa
Krasomila, había despreciado la petición, diciendo que el rey Miroslav no era
digno de atarle la correa del zapato.
La princesa era muy orgullosa y no estaba
dispuesta a aceptar como esposo a ningún hombre que no poseyera una elevada
alcurnia, gran belleza física y una moral intachable. Consideraba que nadie era
digno de ella y por eso no permitía siquiera que le tocaran la mano para
saludarla.
El anciano rey, padre de la princesa estaba
apesadumbrado por el comportamiento de su hija. Despidió a la delegación
solicitándole discreción y ofreciéndose a intentar arreglar la situación.
Entonces el rey se dispuso a solucionar él
mismo el contratiempo. Estuvo mucho tiempo pensando qué hacer y finalmente, su
gran inteligencia lo proveyó de una idea. Partió de palacio dejando el reino en
manos de sus consejeros. Luego de marchar tres días, en los confines de su
reino, despidió a sus acompañantes y prosiguió con poco dinero y apenas los
ropajes que llevaba puestos rumbo al palacio donde vivía Krasomila.
El rey informó a Krasomila que había tomado
como jardinero a un joven brillante llamado Miroslav, el que no sólo conocía de
jardinería, sino que además sabía de letras y de música. La princesa pensó que
era buena idea tomarlo como su profesor de arpa, ya que el anciano profesor que
tenía, había muerto. Pidió entonces ver al nuevo jardinero.
Cuando Miroslav se presentó ante la
princesa, rápidamente la cautivó con sus modales y ésta quedó perdidamente
enamorada.
Al día siguiente comenzaron las lecciones.
Miroslav era un buen profesor y Krasomila una alumna inteligente. A medida que
transcurría el tiempo, la joven se iba enamorando más y más. Hasta permitía que
el profesor besara su mano para despedirse.
Un atardecer, la princesa tocaba el arpa
junto a la ventana y Miroslav la contemplaba fascinado, se sintió cansada y le
pidió que tocara él. El joven profesor tocó entonces una melodía que había
compuesto en honor a la princesa, y lo hizo de una manera tan dulce y
melodiosa, que la joven derramó una lágrima sobre la mano del joven.
Miroslav le comunicó que era la despedida,
pues debía marcharse. Ante lo que la princesa le dijo que se quedara y cuando
llegó su padre, el rey, le comunicó que estaba enamorada del joven y que sólo
con él quería casarse.
El monarca accedió a la petición de su
hija, pero le pidió que abandonara el reino, pues sería vergonzoso que supieran
que estaba casada con un simple jardinero.
Los jóvenes se casaron y partieron del
reino, rumbo a otro reino vecino, donde Miroslav decía tener un hermano. Allí
se establecieron pobremente y subsistieron con las tareas que podían
desempeñar. Trabajó la princesa en varios oficios, siempre sin perder la
determinación y sin que su amor flaqueara
ni un instante. El esposo, a su vez, era tierno y solícito con su mujer,
siempre preocupado por sus sentimientos.
Cierto día, Miroslav le dijo que habría una
fiesta en palacio por el casamiento del rey, y que allí conseguirían trabajo
fácil y bien pagado.
Llegaron los esposos a palacio y Krasomila
fue a ofrecerse a la cocina, donde fue tomada de inmediato. Su marido fue a
buscar alguna tarea que pudiese desempeñar.
Mientras la princesa se ocupaba de los
quehaceres de la comida, se topó con un caballero ricamente ataviado, que
seguramente era el monarca, quien buscaba un ayudante para atarle el zapato. La
joven lo miró de reojo y al ver que era el rey, se arrodilló y ató sus zapatos.
El soberano agradeció y se marchó sonriendo.
Poco después, Krasomila fue llamada por el
rey para agradecerle su gesto y le ofrecieron vestidos maravillosos para que
asistiera a la fiesta. La princesa no pudo aceptar, pues no creía correcto
asistir a la fiesta y tal vez, bailar con el rey, sin la aprobación de su
esposo. Por tanto, se excusó.
Fue entonces que llegó Miroslav y reveló el
secreto. Había obrado con ayuda del anciano rey, para que la princesa
aprendiera a dominar su orgullo.
Cuando llegó el anciano monarca, abrazó a
ambos y se mostró complacido por el resultado que aquella prueba tan amarga
para la princesa.
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